domingo, 10 de noviembre de 2013

Encalmadas

La Tribuna de Toledo, 1 noviembre 2013

Ves, te lo dije. Llegan las encalmadas. No hay viento. El mar se vuelve plomo, ni una ola, ni brisa. Nada. Tienes que agacharte y tocar el agua azul y profunda como la mirada de ciertas mujeres, para creer que mar y cielo no se han solidificado, que no todo es como esas noches de niebla en los mares del norte, donde tienes la certeza de que el mundo entero es un caldo espeso, que respiras, tocas, masticas. Sí, te lo dije: esto llegaría. Y aquí no te van a servir de nada todos aquellos libros que leíste entonces. No. Estás solo. Pregúntales a tus libros cómo hacer que el viento vuelva a soplar. No te lo dirán. Aquello es mentira, como las canciones que escuchas cada noche viendo cruzar a Orión. Ni un mísero suspiro que empope tu barco. Mira debajo de la quilla. Las ballenas pasan profundas, una sombra enorme y oscura. Emergen lejos. Te miran y vuelven a sumergirse en su océano. Tres dimensiones. Tú te mueves en un plano. Siempre. No has sido capaz. Alguna vez lo intentaste. Siempre dijiste que había dos tipos de hombres: los que saben su sitio, y los que le buscan. Quizá te equivocaste y ya conocías tu sitio y tu lugar.

Saltan los peces voladores, un vuelo rápido y zas. Alguno cae sobre cubierta y se debate frenético intentando comprender por qué el espacio infinito de agua y espuma se ha transformado en un mundo duro y mineral. Sí. Devuélvelos al mar. Jamás lo comprenderán. Como la nieve que cae lenta, de repente, allí, muy abajo, sobre los mares del sur. Millones de puntos blancos, de deseos que se ahogan después de caer buscando un instante de ser. Fueron el tiempo que cayeron, que navegaron la tormenta y la penumbra del invierno austral. Y nada más.

En las encalmadas no funciona el GPS. Yo tampoco haría mucho caso a la brújula. Sigue al sol. Y sobre todo las estrellas. No hay línea de costa. Quizá algún día vuelva el viento. O no. Tú sabrás. Te advertí de que esto llegaría, lo sabes. Coge tus mapas gastados y amarillos y traza el rumbo para cuando vuelva el viento, si es que tienes idea de donde estás. Lee otra vez aquel libro rojo de los marinos que volvían de Troya a morir decepcionados, engañados. Traicionados. Lee mientras el mundo vuelve a latir, mientras vuelven a hincharse las velas, y los temporales del oeste y mar y viento se retuercen para crear espuma y luz. Quizá esta vez aprendas.

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