Guadalajara es una provincia de España que ocupa una superficie de 12.190 km2, y sobre la que viven 237.787 habitantes. De ellos, 161.636 viven en diez localidades del Corredor del río Henares que suman un término municipal conjunto de 500,90 km2. El resto, 76.151 habitantes, se reparten en 11.713,10 km2. La densidad de población de España es de 91,22 hab./km2; la de Castilla-La Mancha de 25,71 hab./km2; la de Guadalajara provincia, de 19,47 hab./km2; pero la densidad del territorio de Guadalajara no periférico a Madrid y al eje de la A-2, es de sólo 6,50 hab./km2.
Lo dicho arriba en números queda claro en el mapa siguiente, donde los colores blancos acercan la verdadera dimensión del desierto demográfico de Guadalajara. Es cierto que hay otros territorios ultra periféricos de Castilla-La Mancha que visten los mismos colores, pero es quizá en Guadalajara y Cuenca donde el vacío es rotundo, sin compasión.
Más mapas. Éste de edades, es decir, la edad media de la población. El desierto se solapa con la población más envejecida, justo donde los verdes se hacen más oscuros. Creo que no extraña a nadie.
Alguno más se podría poner. No creo que sean necesarios.
Si hay en España una provincia saqueada, ésta es Guadalajara. Las consecuencias son las expuestas. Que una provincia que hace raya con Madrid, sea un desierto como lo fue en tiempos del Cid, hay que achacárselo en gran medida a la explotación seguida desde los años 60, cuando el Estado decidió que su mayor recurso, el río Tajo, fuera trasvasado a regiones más ricas ubicadas en la costa mediterránea. El trasvase Tajo-Segura supuso destrozar las expectativas de desarrollo esbozadas en los años 60, después de construir los embales de Entrepeñas y Buendía, que se llevaron por delante 11.408 hectáreas de los mejores valles del Tajo y del Guadiela en Guadalajara y Cuenca, para almacenar 2.513 hm3. Es decir: primero anegamos los valles y acabamos con la agricultura, después vaciamos los embalses y acabamos con el negocio turístico vendido como contraprestación al saqueo anterior. Qué queda: emigración a Madrid, al Levante, a Cataluña, al Norte.
No contentos con lo anterior, Guadalajara estaba ahí para ubicar centrales nucleares. La primera de España en Almonacid de Zorita; y los dos reactores de Trillo, de los que de momento sólo se ha levantado uno, que apenas puede refrigerar el menguado caudal del alto Tajo. Y, por si fuera poco, más embalses en el Jarama, Sorbe, Tajuña, porque Madrid necesita agua, y ahí están los ríos que embalsar, los valles que anegar, y los pueblos que despoblar. Y, ahora, un basurero nuclear.
Las piedras del monasterio cisterciense de Santa María de Óvila fueron compradas por 3.500 pesetas al Estado por especuladores sin escrúpulos. Pero fue el Estado el que al fin vendió un pedazo de Historia. Hoy, troceados los sillares, adoquinan calles de Vigo o Cádiz, o adornan monasterios de nuevo cuño en California. Las aguas del Tajo riegan campos de golf y llenan piscinas en Murcia y Alicante. Los kilovatios de Trillo y, antes, los de Zorita, hicieron crecer a ciudades y regiones. Las tierras de Guadalajara se vaciaron.
Guadalajara es una provincia/cantera de donde extraer materias primas: hombres, piedras, agua, energía. En la Serranía se vacían los pueblos, y los pinos y las coscojas se meten en las calles. En el Señorío de Molina viven los silencios más profundos que te puedas encontrar. Algunas veces, al detenerte junto a un pairón, a la entrada de un pueblo diminuto, comido por el abandono y la ruina, intentas agarrar algún sonido humano, el repicar de una campana, una conversación, el sonido de una radio, el trajinar de un tractor, o la silueta de algún pastor. Nada. Al fondo los parques eólicos, como una peste del paisaje, marcando la distancia.
Cuando viajas por Guadalajara aprendes que las distancias y los vacíos son largos, sobre todo en invierno. Entonces no hay nadie. Las provincias/cantera son lo que tienen. Espacios para el pinar, para el sabinar, para que nadie se oponga a los parques eólicos de los altos de Barahona y se lleve por delante la enorme belleza de las tierras linderas con Soria; no hay nadie en el alto Tajo para exigir que cese el robo, para juntar un millón de almas en una manifestación, en la puerta de un ministerio, o asustar al político de turno con un millón de votos en contra. No hay nadie para exigir que se cierre la nuclear de Trillo, contraprestación por el trasvase a las hidroeléctricas, pero que en vez de levantarse en Murcia o Alicante, se hizo aquí, donde nunca pasa nada ni nadie protesta. Ya es demasiado tarde para exigir que se repueblen los desiertos, que el blanco de los mapas sea un poco más azul. Pero quizá así, sin nadie, con el vacío, sin el miedo a los votos perdidos, sea más fácil poner un cementerio nuclear.
Los obreros que desmontaron las piedras de Santa María de Óvila tenían que ganarse su jornal en una España espesa de preguerra civil. Qué objetar. Ahora el alcalde de Yebra dice que todo es por el beneficio del pueblo, que estamos en crisis, que hacen falta puestos de trabajo, y que el basurero nuclear los dará. Qué objetar.
Ochenta años para no aprender nada: un Estado que olvida, dilapida, usa y abandona una provincia a su suerte. Una comunidad autónoma, Castilla-La Mancha, que sólo piensa en la parte, en la Mancha, que el resto es periferia para unos políticos que están más a gusto durmiendo en Madrid que viviendo aquí, que ni conocen, ni valoran ni saben más allá de las frases y lugares al uso. Al final las cosas son como son, la realidad amolda las maneras que la han hecho posible; y contemplar hoy Guadalajara, la serranía de Cuenca, la Jara, la sierra de Alcaraz, te define a la perfección una forma de nogobierno, o mejor dicho, una forma de poner parte del país a los pies del otro, de crear canteras de interior, tierras de saqueo donde la ley ampara a unas regiones sobre otras.
No entiendo por qué el basurero nuclear no se instala junto a alguna ciudad guipuzcoana; o por qué no se coloca junto a un complejo turístico del Mar Menor en Murcia. Creo que el peso de la basura ha de ser sostenido por aquellos que se han beneficiado durante años del uso de unos territorios lejanos. Ahora parece que la decisión está entre Yebra en Guadalajara y Ascó en Tarragona. Parece claro quien tiene más papeletas. Ya saben: cuestión de votos, partidos nacionalistas y esas cosas que tanto pesan y valen en la España que vivimos.
Espero que el Gobierno de Castilla-La Mancha haya madurado de una vez y no cambie el cromo por algo para los amigos o por salvar el sillón cuatro años más; espero que la oposición mantenga altura de miras, y sepa estar en su sitio. La presión va a ser muy alta los próximos meses: basurero nuclear, trasvase del alto Tajo, trasvase novísimo del Tajo medio/Tiétar. El interés nacional pasa por saquear un poco más esta tierra, que en el fondo, aunque no se quiera nombrar, se llama Castilla. Algún día habrá que echar las cuentas de la deuda del Estado, de España, con Guadalajara. De momento el premio parece ser la basura que nadie quiere.
1 comentario:
Hoy he leído dos bromas sobre el almacén de residuos nucleares. La primera sugería que lo pongan en La Moraleja; la otra era de uno de Móstoles que, por aquello de los piques entre vecinos, decía que lo instalaran en Alcorcón. Los gráficos explican con claridad porqué lo de Guadalajara, en cambio, no suena a broma. Si pusieras el de la zona de Ascó, seguramente aclararía porqué casi nadie se lo está tomando en serio.
En nuestros desiertos lugares, de cuyo nombre sólo se acuerdan para éstas y otras degradaciones similares, todo puede hacerse realidad.
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