domingo, 27 de enero de 2013

Allí, en la Jara

La Tribuna de Talavera, 7 diciembre 2012

Allí, en los valles altos y perdidos de la Jara. Llueve entre la niebla que cruza barrida por un viento lento y bajo, que no mece ni las copas de oro de los quejigos, pero arrastra cortinas de agua, gotas minúsculas donde se arraciman destellos de brillo y luz. El suelo húmedo, cornicabras y arces, rojos, meneándose. Jaras gastadas por el venado. Allí, un corzo, alto, silencioso. Llueve como un mundo entero, empapándome y dibujando pequeños regatos que arrastran una tierra roja, espesa, dulce. Más allá los charcos zarcos reflejan mi cara, las nubes, el silencio. En la Jara de otoño los brillos rodean las cantorreras. Sobre ellas la cuarcita desciende como un glaciar de piedra y tiempo, de líquenes vértigos y profundidades. Me gusta escuchar, parado un buen rato sobre los mares de piedra, los chasquidos ciclópeos de las rocas desmenuzadas, el agua fluyendo profunda, bajando de las crestas. Vuela un azul de arrendajo, un gavilán en el claro. Los melojos tiran las hojas amarillas que van a navegar, por fin, su libertad efímera –dos, tres segundos infinitos– sobre esa niebla protectora y fértil.

Huele a espeso. Húmedo, dulce, pleno. El pinar está mullido de agua y acículas. Crecen las setas: níscalos, rúsulas, amanitas… Mundo subterráneo que emerge. Tiros lejanos de la montería, ladridos de las realas. La Jara dormita su sueño de invierno. Tierra solitaria, dejada, perdida, de belleza y lucidez únicas. Caminos sin usar, cercados de caza, abandono, labranzas derruidas, dejándose arrastrar entre el oleaje de monte que se lo va comiendo todo, sin prisa, pero siempre más como un reencuentro que como una fatalidad.

Hoy no vuelan las águilas, sólo la lluvia y la niebla, las nubes bajas que barren desde el oeste, saltando desde la sierra de Guadalupe, desde el Guadiana, desde el océano. Todo es distancia, andar, con el repiqueteo de la sangre en las sienes, y la tierra firme bajo los pies. El santo desierto de la Jara. Tierra que definitivamente vuelve a su silencio, mínimo ya el eco de voces, de pasos, que un día habitaron sus olivares, sus eras, sus caminos; y que se han ido ya para siempre en la memoria de los hombres y mujeres que pueblan sus cementerios pequeños y encalados, limpios. Voces, ayeres, vidas y miradas que se fueron como esas nubes de niebla y lluvia que hoy todo lo llenan un instante, para irse sin decir adiós, allí, en los valles altos y perdidos de la Jara.

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