domingo, 27 de enero de 2013

El contrato

La Tribuna de Talavera, 11 enero 2013 

Creo que un país firma un contrato con sus ciudadanos. Y sus ciudadanos con él. En la tinta y el papel, en la sangre y en la piel, se plasman unas leyes básicas pero profundas. Es cierto que cuando el tiempo pasa y nos vamos aclimatando al paisaje, al horizonte, a los modos, a la historia que se nos cuenta en el colegio, más o menos inventada; o cuando clavas tus raíces en tu tierra y tu paisaje, ya todo es más sencillo. O más complicado. Tu patria, tu país, tu territorio puede comportarse como una madrastra malvada de los cuentos, puede robarte legalmente con impuestos injustos, puede privilegiar a los mediocres, sandios, trepas y arrimados al poder; puede convertir un modelo «democrático», en un mero estuco que esconda la podredumbre de un sistema que ha dejado de funcionar para los administrados, y sólo sirve a los intereses de los administradores. Pero ya tienes la impronta, es más complicado romper.

No canso con ejemplos, los hay en los periódicos, en la calle: la financiación ilegal de los partidos políticos, la corrupción sin color definido, lo que sabemos, vemos e intuimos. La inmensa mediocridad donde habitamos. Su consecuencia más terrible es el paro, sin centrarse en el 57% de jóvenes, sino el general. España es un país en vía muerta, con las puertas abiertas para salir. España es como esos pueblos que quedan fuera del recorrido de las nuevas autovías. Primero cierra la gasolinera, luego los dos o tres bares a pie de carretera, ya no para el autobús, y todo se queda petrificado en un tiempo donde, siempre, todo fue mejor, mayor, más abundante y próspero. Quizá hay que analizar por qué España se ha quedado fuera de la autopista del siglo XXI, quién ha hundido a este país, y quién contribuye a que nunca haya responsables, a que no haya –faltaría más– memoria histórica.

No sirve de mucho pelearte por tu tierra, dejarte la piel, por intentar defenderla, potenciarla, sacarla del agujero donde la han metido a conciencia, si al final te ves enviando el currículum para irte a Angola, Qatar o Brasil. Aquí hay mucho que hacer, pero todo es poda, cierre, recorte, regulación. Pero ahí sigue una administración por cuadruplicado y una absoluta falta de autocrítica. Quizá esto sea España, un país de destierros, siempre por hacer, incapaz de levantarse, un país de listos y colocados, donde los contratos son tan efímeros como la lluvia en esta Castilla de desiertos.

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