Ayer La Tribuna publicó en contraportada un texto que escribí hace ya cerca de diez años, con motivo de los 190 años de la batalla de Talavera. Me ha gustado que lo recuperaran. Creo que entonces, hace diez años, no hubo pólvora, ni recreación, ni nada. Hace ya diez años y me acuerdo de la tarde que lo escribí. El tiempo va muy deprisa, demasiado, y diez años es un tiempo suficiente como para mirar atrás, analizar y comprobar si la perspectiva o las nieblas de la vida te dejan ver algo.Recuerdo La Portiña en la sequía brutal de los primeros años de la década de los 80. No llovía, Talavera tomaba el agua para beber del embalse, y aún no se bombeaba agua desde el Canal Bajo del Alberche. El nivel estaba muy bajo, no entraba agua por los arroyos, y el embalse se reducía una pequeña charca rodeada de sacucedas nuevas y el blanco de las arenas y la tierra gastada por la erosión.
Aquí Pasear por las orillas te daba la posibilidad de encontrar hierros oxidados, trozos de metal carcomidos por el tiempo y el agua. Entonces no sabía que aquello eran los despojos de una batalla, y que allí, en aquel mismo lugar, vinieron a morir miles de soldados. Mucho tiempo después, cuando daba clases de educación ambiental en La Portiña, algunos chavales encontraban balas y trozos de bombas de cañón, del tamaño de media cabeza. Tampoco entonces casi nadie sabía que ése fue el paisaje de una batalla, ni de la historia del Cascajal o del Medellín.Hoy, casi 200 años después, analizando los relatos de la batalla, los paisajes descritos en fráncés e inglés por los soldados que aquí pelearon durante dos días, es fácil reconocerlos en las inmediaciones del embalse, en la raya del Berrocal, en la tierra removida de Cervines. La atalaya de Segurilla, con las torretas y toda la basura que le han puesto alrededor, ensucia el paisaje. Pero todo está ahí. Intacto.
Aquí Pasear por las orillas te daba la posibilidad de encontrar hierros oxidados, trozos de metal carcomidos por el tiempo y el agua. Entonces no sabía que aquello eran los despojos de una batalla, y que allí, en aquel mismo lugar, vinieron a morir miles de soldados. Mucho tiempo después, cuando daba clases de educación ambiental en La Portiña, algunos chavales encontraban balas y trozos de bombas de cañón, del tamaño de media cabeza. Tampoco entonces casi nadie sabía que ése fue el paisaje de una batalla, ni de la historia del Cascajal o del Medellín.Hoy, casi 200 años después, analizando los relatos de la batalla, los paisajes descritos en fráncés e inglés por los soldados que aquí pelearon durante dos días, es fácil reconocerlos en las inmediaciones del embalse, en la raya del Berrocal, en la tierra removida de Cervines. La atalaya de Segurilla, con las torretas y toda la basura que le han puesto alrededor, ensucia el paisaje. Pero todo está ahí. Intacto.
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