domingo, 27 de enero de 2013

Al otro lado del espejo

La Tribuna de Talavera, 18 enero 2013

Sobre la encimera de la cocina hay una barra de pan. Una barra de pan de las más baratas, de las que venden envueltas en plástico con una etiqueta con la fecha de caducidad. Sólo se lee 2010. De hace ya dos años y pico. La lavadora tiene aún la ropa dentro, el agua llega hasta la mitad del tambor, quizá el resto se haya evaporado durante los veranos. Flotan las camisas, los pantalones… en un agua color verde jade, mohosa y gastada, prisionera dentro de su ojo de buey. El viento y la lluvia dan contra las ventanas rotas, y las gotas se cuelan en la casa, y empapa las cortinas y el yeso de la pared. El viento menea las hojas que se han metido dentro, como un refugio, y las lleva de un lado para otro.

Aquí un día hubo vida, arrancada en un segundo, en un instante. Y desde entonces las golondrinas han anidado en la esquina de la cocina sobre el fregadero, y los cuadros de la pared han ido adquiriendo el color del abandono. Fotografías de una vida, libros del colegio, cromos, peluches en las habitaciones. La ropa tirada por el suelo. Cartas de impagos, del banco reclamando, de la Seguridad Social. Muchas sin abrir. Ya qué importaba. Aquí un día hubo una familia. Hace dos, tres años. Las habitaciones de los niños están pintadas de rosa y azul. Su cenefa de Mickey. Cuentos por el suelo, una zapatilla desparejada. Un oso marrón que me mira desamparado desde el suelo, junto al armario empotrado. Lo levanto y lo coloco sobre la mesilla. Ladran los perros, el viento entra por las ventanas rotas. Telarañas en las bombillas, un par de periódicos donde todo lo que dice ya –como antes–, es superfluo. Me miro en el espejo del baño. Al otro lado, allí estoy. Una, dos, tres, cincuenta, cien veces.

Alguien ha entrado y ha rebuscado entre los papeles, los cajones... Todo está removido como después de una tormenta de verano. Algunas veces sabes quién vivió aquí. La mayoría no. Pero puedes reconstruir la historia, el proceso, el miedo. Y el final. El final que se resume en un número, una deuda, un desastre familiar, un callejón sin salida, un punto y final. Y un vacío inmenso. Dejo la ventana –con el cartel de SE VENDE del banco– abierta para cuando vuelvan las golondrinas de África esta primavera, y miro atrás antes de cerrar la puerta. Hay cosas que no se pueden ni deben olvidar. Al fondo, una barra de pan y una lavadora que espera que alguien llegue y libere un tiempo cruel y prisionero, detenido en su océano de jade.

2 comentarios:

@tabardin dijo...

Conmovedor, realista, me ha gustado mucho, qué bién escribes

Miguel Ángel Sánchez dijo...

Muchas gracias @tabardin. Me alegro de que te haya gustado.