miércoles, 10 de marzo de 2010

CALAMONES DEL TAJO


Los calamones recorren la orilla del Tajo. A su lado pasea la gente, a diez o quince metros. Y ni se inmutan. Los calamones, digo. Van arriba y abajo sobre la enea tronchada por la crecida, entre la basura, cientos de botellas y los plásticos de todos los colores. Alguna discusión con una polla de agua, que las fochas van a lo suyo. Los calamones crían aquí en la espadaña, junto a las garzas imperiales y los avetorillos, pájaros todos elegantes y finos, de aguazales y tierras encharcadizas y palustres. Y han venido a caer al Tajo, que la mayor parte del año es un charco de aguas putrefactas, sin corriente y al que se le come a dentelladas el espadañal

Las garzas imperiales crían junto a la rotonda de los leones, uno de los monumentos más horrorosos de Talavera de la Reina, a no más de 20 metros de los coches. El maravilloso paseo marítimo que levantó Isabel Tocino en su momento, se derrumba día a día, con los ladrillos de mala calidad comidos por la intemperie, con las paredes grafiteadas con un ensañamiento brutal. Pero ahí están los calamones. Los chavales pasan camino de la universidad, los viejos en chándal y con el mp3 o mp4. Y nadie los mira. A los calamones, digo. Las parejas se sientan en los bancos, entre los cantos de ruiseñores bastardos, y carriceros tordales. Y nada, faltaría más. Los calamones picotean entre las bolsas de basura medio tapadas por la crecida, agarran los tallos arrancados con las patas y a lo suyo. Las gaviotas reidoras van y vienen de la salida de la Portiña, que baja cargado, con toda la basura posible y un poco más. Junto a la salida del muro de canalización, en la orilla aguas abajo, hay una capa espesa de grasa. Alrededor se acumulan remolinos de materia orgánica, excrementos, plásticos y salvaslips como medusas que aparecen y desaparecen bajo el oleaje espeso. El Tajo todo se lo lleva. Las carpas atentas a todo lo que sale del colector, lomos apretados y nerviosos frente a la corriente. Planean las gaviotas y se lanzan a por algo lo suficientemente sólido como para llevárselo y degustarlo en medio de la corriente.

El azul cobalto del calamón refulge al sol de mediodía. Aparece un cormorán junto a la orilla. Lleva un pez gato enorme en el pico. Se pelea con él y al final se lo traga a contraescama. El calamón le observa, como si fuera un documental de la 2. La gente pasea por la orilla. Buena tarde de sol. El Tajo, gris de abandono, avanza crecido hasta los remolinos de espuma de la Morana.

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