Da gusto ver bajar al Tajo. Y oírlo. Huele a una mezcla de detergente y tierra, como recuerdo que siempre olía el Tajo en las crecidas de verdad de los años setenta del pasado siglo. Entonces el Tajo traía rumor de río grande, y el sonido del agua despeñándose por la azuda de los Molinos de Abajo llegaba hasta muy lejos, y te iba atrayendo desde que lo sentías hasta llegar a la corriente vertiginosa de espuma y álamos volteados que salían disparados por la Morana. El Tajo hoy no trae mucha agua, quizá unos 700 metros cúbicos por segundo, pero parece un río. Y es suficiente. Después de verlo agonizar invierno tras invierno, buscarle en su vacío cada verano, se agradece verlo entero y con ganas, arrastrando troncos y toda la basura que le han ido echando en las orillas. Quedan lejos las crecidas de verdad del siglo pasado, en las que se superaban con facilidad los 1.000 m3/sg, e incluso no eran extrañas avenidas superiores a los 3.000 y 4.000 m3/sg. Pero este Tajo no lleva agua de la cabecera, que se retiene toda en Entrepeñas y Buendía; tampoco lleva agua del Jarama, que se queda para abastecer a Madrid; tampoco lleva agua del Alberche, que se retiene en los embalses de San Juan y El Burguillo. Este Tajo, sin los grandes afluentes incluso, al menos es capaz de hincharse con el agua que va recibiendo por su camino, como los 130 m3/sg del modesto Pusa. El Tajo lleva hoy la mayor crecida en 15 años. Por un día el Tajo vuelve a ser río.
domingo, 7 de marzo de 2010
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