viernes, 2 de abril de 2010

ÁGUILAS DEL EQUINOCCIO

Un águila calzada en mi ventana. Sobre la ciudad, sobre los bloques de pisos y las casas bajas, apretadas, con tejados como caparazones. El águila -fase clara- gira a mi izquierda. Día claro, limpio, de nubes blancas y Gredos despejado, aún con nieve y ganas de invierno. Vuelan ya rápidos los escuadrones de vencejos, recuperando el cielo, su espacio transparente y exacto. Aviones comunes lentos, flotando en su lugar; golondrinas a ras del asfalto y de los coches. El águila calzada sube y desde allí debe observar la ciudad y las distancias con la limpieza de la lejanía. Desde mi ventana el águila planea el viento de la mañana. Pasan cigüeñas desde el Prado del Arca. Al fondo, uno o dos millones de encinas que se van volviendo poco a poco verde de alcornoque y enebros. Bosque cerrado sobre la Sierra. Sube el herrerillo hasta la parabólica. Y el mirlo. Buscan las urracas. Ya no está el alcotán que vigilaba su territorio desde la antena. Se fue con el invierno. El equinoccio ha pasado. También la luna nueva. Todo ha cambiado. Todo se renueva, el ciclo continúa. Lo que sobra se pierde, se queda, el equipaje se va aligerando sin sentir. Las águilas del equinoccio aguardan en la dehesa, en las sierras del norte y del sur. Pero hoy ha venido hasta la ciudad, hasta mi ventana, la calzada. Me dice que allá afuera esperan la luz y la vida.

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